miércoles, 28 de octubre de 2015

INFIERNO (Fin).


 
 
 
Tras cinco horas de interrogatorio a Jerome, guarda de seguridad del ayuntamiento, conseguí empezar a unir acontecimientos que me llevaran a esclarecer el maldito caso.

El principal sospechoso acabó confesando que todo el asunto de sus reuniones clandestinas con el ahora difunto edil no tenía que ver más que con la cesión de unos terrenos no edificables. Quería esos terrenos, heredados de sus antepasados y arrebatados por el ayuntamiento en un intento de controlar el crecimiento de Morgana. Durante su primera cita, Jerome había conseguido, mediante chantaje, que el alcalde accediera a devolverle las escrituras y derechos del terreno. En la segunda, se haría la entrega de los papeles.

¿El misterio y la clandestinidad? También tenían explicación: Otros muchos habitantes de Morgana habían heredado tanto tierras de cultivo como terrenos para construir que más adelante el alcalde había clasificado como no aptos para ser habitados, reconstruidos o sacados provecho fuera de la manera que fuese.

Una a una, había ido por las casas de los infelices herederos arrebatando escrituras y derechos. Se había obsesionado de pronto con la idea de controlar la extensión habitada del pueblo. Y, por supuesto, nadie podía enterarse de que Jerome había conseguido recuperar sus terrenos, aunque a largo plazo no los fuera a utilizar. Sólo quería venderlos a cualquier nuevo habitante al que el alcalde le arrebataría los derechos con una ley sacada de la manga. Jerome necesitaba el dinero. Sólo lo hacía por eso. Tenía planeado marcharse de Morgana casi desde que llegó. Pero no contaba con medios suficientes, por eso necesitaba ese empujón.

Yo no creí ni una palabra a priori, por supuesto. Sabía que hacía mucho tiempo que el alcalde no estaba bien. Su ataque público de ira hacía ocho años, mandar construir un túnel que uniera su casa con el ayuntamiento para no atravesar por la superficie, sus manías, su personalidad cambiante, su forma de comportarse… Se le había ido todo de las manos en los últimos tiempos. Pero arrebatar propiedades porque se había obsesionado con controlar el crecimiento de Morgana… Eran palabras mayores. Así que mandé una patrulla a la casa del edil, otra al despacho del ayuntamiento y otra al depósito.

Debido a todos los contratiempos que habían tenido lugar en la investigación, decidí que lo mejor era que nadie tocase el cuerpo del alcalde si no era en mi presencia. Sólo autoricé su traslado al depósito hasta nueva orden. Así que aún no se le había realizado la autopsia ni se había registrado. Si llevaba los papeles encima, como Jerome afirmaba, tendrían que aparecer. Y si jamás los sacó de casa o de su despacho, igualmente aparecerían. Eso demostraría que Jerome decía la verdad. O, al menos, que de verdad era propietario legítimo de unas tierras que el ayuntamiento le había arrebatado.

Y así fue. El alcalde los llevaba escondidos en el forro de su casaca. Misterio resuelto. Ahora sólo me quedaba decidir qué hacer con el guarda de seguridad y desenmascarar al verdadero asesino. Durante el interrogatorio, cuando tuve al fin en mis manos la ficha y expediente de Jerome, entendí por qué me propinó aquella paliza el día que me descubrió husmeando en los archivos del ayuntamiento. Era un enfermo bipolar, lo que lo hizo ser uno de los principales sospechosos por culpa de sus desafortunados actos. Obviamente, en aquel momento, yo no sabía nada. Mientras tomase su medicación, era un chico completamente normal. Si le faltaba, el espectáculo estaba servido. Meterlo en prisión no le iba a ayudar y mandarlo a salud mental tampoco… La experiencia me había demostrado que hacer eso sólo empeoraba las cosas. Qué complicado…

Había sido un día muy largo. Tenía ganas de descansar, desconectar. Me sentí muy tentada a rendirme y abandonar el caso hasta que se me olvidara la cara de Boby allí tirado en el suelo de su celda… Le había fallado. No supe estar a la altura. ¿Pero cómo iba a saber yo que el verdadero asesino sería capaz de delatarse de aquella manera? Estaba claro que quería jugar. Me estaba retando.

La noche que descubrí que Boby era un licántropo, también supe que él no era el asesino. Boby, y toda su familia, habían estado luchando a brazo partido contra sus rivales desde el principio de los tiempos. Ambos querían reinar en Morgana por alguna extraña razón que ahora a mí se me escapaba y que ni siquiera Boby sabía. Los motivos habían sido olvidados con el paso del tiempo y los desencuentros se habían convertido en una sinrazón. “Matan por matar”, me había dicho. “Necesitan el calor de tu alma”. Desde aquella noche, no había podido borrar esas palabras. Dudaba, pero Boby también tenía miedo. Podía verlo en sus ojos. Estaba cansado y asustado. Ahora él ya no estaba. El asesino había acabado con el último licántropo vivo, al menos que yo supiera… No todos los miembros de la familia de un licántropo nacían con esa condición. Boby me lo había explicado. Sólo los últimos hijos varones nacidos en la familia lo eran. Eso significaba que si sólo nacía un niño, ese no sería licántropo. Si nacían dos, el pequeño lo sería. Si  tres, los dos pequeños lo eran. Y si eran una niña, un niño y una niña, sólo el niño tenía tal condición. ¿Y Boby? Él estaba solo con sus padres… “Mi hermano se marchó de Morgana cuando yo nací. No quería tener un licántropo en su familia”.

No podía imaginar lo que sería haber estado en su piel. Ni en la de esos padres que ahora lloraban desconsolados la muerte de su pequeño. Yo tenía que hacer algo al respecto cuanto antes.

“Si quieres ver cómo caza, te recomiendo que esperes a las noches de luna llena. Lo hace a posta para que todos crean que lo he hecho yo. Para que me cacen y me den muerte… Las armas convencionales no te servirán contra él. Es importante que lo sepas… Y tendrás que ir tú sola”, me había dicho. Pero con todo el jaleo de las últimas semanas, no había tenido ni un solo hueco para ponerme a calcular cuándo sería la próxima luna llena, ni investigar dónde quedaba el escondite. Boby me lo había explicado, pero quería ir a explorar la zona de día y con sol. Jamás pude. Y ahora que el licántropo ya no estaba, ¿las cazas se harían de manera indiscriminada? ¿Habría un golpe de poder? Demasiado…

Tras darle muchas vueltas, decidí ir en busca del verdadero asesino. Tenía que verlo con mis propios ojos. Me armé de todo el valor que pude. Se lo debía a Boby. El escondite no tendría que estar muy lejos. Me había dicho que se podía ir andando sin ningún problema. Seguí sus indicaciones bosque a través y llegué a una especie de cueva. Todo estaba tranquilo. No había nadie, al menos por fuera. Me escondí entre unos arbustos, y esperé… Pero no sucedió nada en toda la noche. Al día siguiente, repetí. Nada de nuevo. Y a la tercera… ¡Bingo! Os juro que todavía me tiemblan las piernas cuando recuerdo lo que vi:

Una figura con forma casi humana había salido de la cueva. Llevaba una especie de túnica oscura, si no negra, y el cráneo totalmente rapado. Antes de echar a andar colina abajo, se detuvo unos segundos a olisquear el aire. Carecía de nariz.

Apenas si tenía labios y unos colmillos largos y asquerosos le sobresalían de la boca.

Se puso la capucha y echó a caminar… Al cabo de una hora más o menos, regresaba con una víctima al hombro. Estaba inconsciente. La tiró al suelo como si fuera un saco de harina gigante y lanzó una especie de alarido que no se parecía a nada de lo que hubiera escuchado jamás. De repente, de la cueva salieron cinco humanoides más, con sus túnicas y sus cráneos rapados… todos exactamente iguales. Contuve la respiración durante unos segundos, asegurándome de que seguía siendo invisible para ellos mientras hacían su ritual. En un momento dado, uno alzó a la víctima sobre su cabeza y abrió la boca. Pensé que iba a darle un mordisco, pero no. Absorbió y absorbió, de la nada tal y como Boby me había contado, como si bebiera aire, despojando al pobre infeliz de su alma. Después lo tiró al suelo y los demás empezaron a devorar el saco de carne y piel en que se había convertido.

Me horroricé tanto que sin darme cuenta, en un gesto casi mecánico, retrocedí un palmo con tan mala suerte que pisé un espino. Éste, atravesó la fina suela de mi zapato y grité de dolor sin poderlo evitar.

Aquello los alertó, claro. Quería correr pero mis piernas no reaccionaban, quería gritar y no salía ni un solo sonido de mi garganta. El corazón me iba a estallar. Podía sentir el pulso con una profundidad que me zumbaba en los oídos, la sangre corriendo por mi cuello, subiendo a mi cabeza o abandonándola, no lo sé. Sólo sé que, desde entonces, no he podido volver por Morgana.

Aquella noche, al fin, tenía delante de mí lo que tantos dolores de cabeza había proporcionado al alcalde durante años. Aquello que había hecho que Morgana se estremeciera de miedo las noches de luna llena. Tenía ante mí exactamente lo que Boby me había descrito con tanto detalle la primera noche con la que había comenzado aquella loca aventura. Un ejército de Comedores de Almas de verdad. Y el cabecilla me había visto. Sin duda, su objetivo prioritario ahora sería acabar conmigo. Así que, al fin, eché a correr desesperada, a toda velocidad, acantilado abajo. “No son más que rocas”, me repetía a mí misma mientras bajaba. “Puedes hacerlo”.

Así encontré una grieta lo bastante grande como para quedar ahí encajada sin que nadie me viera. Era el escondite perfecto para pasar lo que quedaba de noche. “Ellos jamás cazan de día”, me había dicho Boby. “Pero te observan”. Cuando amaneció, y con aquellas palabras martilleando mi cabeza, decidí caminar todo lo que pudiera para encontrar un buen escondite donde permanecer durante la siguiente noche, y al que ellos no pudieran acceder. Y, más adelante, un lugar donde permanecer, tal vez, el resto de mis días hasta que consiguiera acabar con él, si es que acababa por descubrir cómo hacerlo.

Salí de Morgana sin pasar siquiera por la que había sido mi casa durante los últimos meses. Caminé sin descanso hasta el siguiente pueblo donde sólo paré un rato a recopilar información sobre los Comedores de Almas. Allí busqué en la biblioteca. En el siguiente pueblo accedí a los archivos locales. Y así hacía en cada lugar que visitaba.

Y para mi sorpresa eran mucho más comunes, al menos en la mitología, de lo que yo me esperaba.

Confieso que me llevó bastante tiempo encontrar un sitio donde esconderme sin que él lo supiera. “La abeja reina” de los comedores de almas no se cansaba de perseguirme.

De hecho, éste diario lo escribo desde mi guarida. Sigo a la espera de acabar con él. Llevo escondida trescientos largos días con sus trescientas largas noches. Y, aún puedo sentir cómo me observa en la oscuridad, aún a sabiendas de que no está aquí dentro conmigo… ¿O sí?

 

6 comentarios:

  1. Mucho me temo que este es uno de esos relatos que se te queda enganchado en el cerebro y no dejas de darle vueltas durante varios días... ¡Enhorabuena!

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    1. Gracias. Me temo que incluso yo voy a echar de menos la vida de Morgana... ¡Qué cosas! Pero se avecinan más relatos, espero que aún más inquietantes que toda la saga de INFIERNO. Como siempre, atento al próximo miércoles ;)

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  2. Me encanta...he disfrutado mucho leyéndolo y creo que yo siempre albergare un atisbo de esperanza para la humanidad.

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    1. Me alegro mucho de que hayas disfrutado con esta serie. Pero la vida sigue... El próximo miércoles no será Morgana la protagonista del siguiente relato. Aún así, espero que disfrutes tanto o más que con este. ¡Un abrazo! Y gracias por estar ahí.

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  3. Ahora da pena que se termine :P.....gracias por darnos un rato de buena lectura cada miércoles, y por dejar abierta a la imaginación el final de una historia que con sus tintes sobrenaturales tiene pasajes que bien podríamos considerar una parábola de la vida real.Hasta el próximo!

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    1. Gracias a ti, y a todos los lectores que tan fieles habéis estado ahí cada miércoles. Sin vosotros no sería posible, recuerda. Y, claro, no podía terminar de otra manera que dejando un final abierto. Así es muchísimo más divertido...
      El próximo miércoles, más y mejor, espero jajaja ¡Un saludo!

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