miércoles, 18 de noviembre de 2015

NO ERA EL COLOR NEGRO.



 

Como cada madrugada, Hanna aparcó su Renault 19 en la puerta del curro. Tenía sueño, ninguna novedad, y estaba asqueada de aquel trabajo pasajero que se había convertido con el paso del tiempo en diez años de esclavitud sectaria. Se bajó con prisas, llegaba trece minutos tarde y de nuevo iba a quedar registrado en el dichoso aparatito de la entrada que se había dormido, otra vez. Cerró el coche con energía y caminó deprisa hacia el callejón. La noche estaba preciosa. Sí, todavía era de noche. Y la luna formaba, junto con dos estrellas muy brillantes, una especie de constelación. Le gustó. Le atrapó, diría yo. Tanto que se detuvo a capturar la imagen con la cámara cutre de su móvil. "¡Menuda mierda!, ¿por qué desenfocas, maldita?", discutía para sí. Tras tres tomas, a cual más borrosa, miró su reloj: "las 6:22. ¡Mierda!". Corrió unos metros. Pero, a la mitad del largo y angosto callejón sin salida, alguien decidió apagar las luces. Hanna se detuvo en seco. "¿Qué está pasando?", se preguntó confusa. En los diez años que llevaba en la compañía, jamás, ni un solo día, se había ido la luz... Miró hacia atrás. Nadie. Miró hacia delante, enfocando la vista directamente al fondo del pasillo. Por un momento le pareció ver algo. Nada, al final. Volvió a mirar para atrás. Nada de nuevo. Se le erizó la piel. No le gustaba la idea de atravesar el tramo que le quedaba completamente a oscuras. Cuando miró al frente otra vez, descubrió entre las sombras una figura humanoide, justo al fondo del callejón. Llevaba un saco sobre la cabeza, o eso le pareció a ella, y portaba un bate de beisbol colgando de una de sus manos.

Quien quiera que fuese no se movía. Sencillamente permanecía ahí, observándola en mitad de aquella trampa sin salida. Oscura. Desolada. "Joder...Menudo pastel. ¿Qué cojones...?"  No terminó. El corazón se le iba a salir por la boca. Las pupilas se le dilataron al máximo, intentando receptar toda la luz posible.
Se le ocurrió echar a correr de vuelta a su coche. Ya explicaría en el trabajo por qué jamás llegó. Pero, mientras retrocedía despacio con la idea de comenzar a correr en cuanto fuera posible que sus piernas reaccionaran, otra figura de similar aspecto salió a su paso, justo por detrás, al final del callejón. Estaba rodeada.


Pensó entonces que, si la distancia no le bailaba, si ella corría lo suficiente, ninguna de las dos figuras podría alcanzarla. Así que enfiló el pasillo con paso firme y ligero, directa hacia la puerta trasera de entrada al almacén.

En ese momento, ambas tipos comenzaron a caminar hacia ella, despacio, al principio, aumentando la velocidad poco a poco.

"¡Joder!", susurró. Y apretó el paso lo más que pudo. Llegó a la puerta, "¿Dónde está la maldita cerradura?", se dijo tratando de calmar sus nervios por dentro, intentando adivinar la silueta del pomo en la oscuridad. Palpó con dos dedos, "aquí está ", se dijo, y luego intentó insertar la llave en la misma. Temblaba. ¿Hacía frío o era el propio miedo lo que la estaba haciendo tiritar? No, no hacía frío. Estaba muerta de miedo. Los dos tipos se acercaban, la puerta estaba atascada, "¡vamos!", gritó. Tiró con fuerza. Imposible. Volvió a tirar… Nada. Al tercer intento, tras un crujido, cedió al fin. Entró, dando un portazo tras de sí, echando el pestillo, primero, cerrando con dos vueltas de llave después.

El corazón le iba a mil. Apoyada en la puerta, respiraba entrecortadamente, intentando comprender qué acababa de suceder. Hanna tenía pánico a la oscuridad desde que era muy pequeña. Siempre decía que lo que le asustaba no era el color negro, sino el hecho de no verlos venir. Le pitaban los oídos. Le zumbaban, más bien. Aquello había sido demasiado. La alarma sonaba, pero le daba igual. Estaba dentro, a salvo. Ya tendría tiempo de teclear el maldito código y hacer que dejara de sonar. Las 6:36. Había batido su propio récord en lo que a llegar tarde al trabajo se refería. "¡La puta que me parió! ¿Qué le pasa a la gente? ¿Qué acaba de suceder? Como aporreen la puerta me muero... ", dijo para sí mientras se quitaba pesadamente la sudadera, caminando despacio hasta el cuadro de luces del local, temblando aún por el miedo. Encendió. Y no había hecho más que darse la vuelta cuando, de pronto, todo se apagó. Aquello sólo acababa de comenzar…
 

 

8 comentarios:

  1. Vaya tela...espero que no pasara de verdad. Porque es para inquietarse...ahora mirare siempre atrás cuando vaya por una calle estrecha y oscura...sigues llevando el relato hasta lo máximo, me encanta.��

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    1. "sigues llevando el relato hasta lo máximo, me encanta"
      En eso consiste. Pretendo seguir creciendo. Y no, no pasó de verdad. Muchas veces utilizo pequeñas situaciones de mi vida diaria como base para crear una nueva historia, una nueva "realidad". Es cierto que me quedé sin luz en mitad de un callejón. Pero lo demás es sencillamente construido. Disfruta.

      ¡Y gracias!

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  2. Siempre dejando con ganas de mas. Siempre. Como eres... ;D

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  3. En las historias de terror, siempre se ha dicho que las más inquietantes son las de terror psicológico..y digo yo, acaso el miedo no esta siempre relacionado con lo psicológico?,quién no habrá pasado por una calle que le ha dado mal rollo, o ha visto una sombra que no era.... o sí? enhorabuena! ;)

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    1. ¡Gracias!
      Por cierto... Ve preparando tu "psique" para el próximo relato. Hasta ahí puedo leer. ;)

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  4. Muy bueno, te atrapa hasta el final, ¿ dónde trabaja esa pobre muchacha para entrar a las seis por un callejón? jajaja

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    1. Me alegro mucho de que te hayas sentido atrapado hasta el final. Era el objetivo, además de hacer que cada uno decida el siguiente paso en las historia e interprete a su gusto.
      Gracias :)
      ¿Preparado para el próximo?

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