Habían pasado dos semanas desde
el incidente en el bosque. Jamás volvería a mirar a Boby con los mismos ojos.
Mi perspectiva respecto al caso había cambiado por completo. Ahora tenía al
culpable en el punto de mira. ¿Por qué no lo había visto antes?
Como era costumbre ya en aquel pueblo, a la mañana siguiente a la luna llena había aparecido un nuevo cuerpo sin vida o, sería mucho más acertado decir, lo que quedaba de él, en el embarcadero. Sólo habían dejado los pilares del diafragma, un par de dedos, media cabeza y el tronco partido por la mitad.
Ante aquello, todo el mundo esperaba que yo encontrase ipso facto al culpable, pero cuando aparecí en la escena con la cara y el cuerpo totalmente ensangrentados, la ropa hecha jirones y el pelo estropajoso por la agitación y la caída de la noche anterior, automáticamente me convertí en el centro de las preguntas y las miradas por parte de todo el mundo. La respuesta del alcalde ante tal revuelo fue bastante contundente: me apartó de la multitud y me aisló en su despacho. Antes de responder a nadie, debía contarle a él con pelos y señales mi experiencia. Tenía el dudoso privilegio de saber absolutamente todo lo que pasaba en ese lugar. Lo ponía en el contrato... ¿Contrato? Da igual...
El señor
Mormut, que así se llamaba, era un hombre siniestro. De apariencia famélica,
con los ojos hundidos bajo los pronunciados huesos de la frente y los pómulos,
y prácticamente calvo, presumía de ser el mejor alcalde que hubiera tenido
Morgana jamás. La delincuencia había bajado considerablemente y la gente estaba
más tranquila, tenía más trabajo y era mucho más feliz. ¿En serio? Pobre iluso.
De todos era sabido que el señor Mormut apenas tenía contacto con la gente del
pueblo. Mucho menos con la realidad. Tras haber sufrido un par de episodios de
cólera en público hacía ya unos ocho años, había decidido refugiarse para
siempre en su ayuntamiento, del que no salía a menos que fuera totalmente
imprescindible. Y, sí, vivía allí. Había hecho trasladar su casa al terreno que
lindaba con la casa consistorial y había mandado construir un pasadizo que
conectara a ambas bajo el suelo. Era un tipo realmente peculiar. Sabiendo todo
eso, verlo en el embarcadero, haciendo de su aparición un hito, me puso los
pelos de punta. Algo tenía que estar tramando.
—Mi querida
Nica —comenzó—. ¿Serías tan amable de
acompañarme, por favor? —Todo el mundo se había girado para mirarlo.
—Señor
alcalde… Como habrá podido apreciar, tengo muchísima tarea aquí y no creo que
sea correcto dejar esto para más tarde…
— ¿De verdad
vas a jugarte la libertad y la vida por tres trozos necrosos de carne? Mis
chicos pueden encargarse perfectamente del caso.
—Lo lamento,
pero me temo que no voy a dejar esto así.
—Así que te
crees la listilla que piensa que va a venir a solucionar nuestros problemas.
Muy bien, ¡atadle los pies y tiradla al río! —gritó a sus hombres dándose media
vuelta para marcharse por donde había venido.
— ¡No, por
favor! —supliqué–. Iré encantada…
Se giró despacio,
sonriendo. Casi obligándome a caminar a su lado, aferrado a mi hombro y
espalda, me llevó ante su séquito de guardianes, los cuales tenían la tarea de
crear a nuestro alrededor un escudo humano que nos apartara del resto. Y así, rodeados por sus secuaces, caminamos
hasta el ayuntamiento.
Una vez
allí, decidí proteger a Boby, de momento. Así que me inventé la gran película
de mi vida: yo tenía un sospechoso desde el principio, lo había visto
transformarse en hombre lobo, había luchado contra él, lo había reducido y
había conseguido huir. Era todo perfectamente creíble a juzgar por mi aspecto,
que era lamentable. Seguramente, insistí, el cuerpo estaba allí desde antes de
nuestro enfrentamiento. No podía ser de otra manera. Pero el edil dudaba…
—Tu historia no se sostiene, querida—, dijo. — ¿Cómo esperas que me crea que tú solita te has deshecho temporalmente del asesino? Y, ¿un licántropo? ¡Venga ya! No sé cómo te crees las historias que te cuentan las viejas del pueblo. Dan asco. Y tú, ¿te has mirado al espejo? No eres más que una mocosa sabionda, venida de una ciudad que a saber qué cosas os meten en la cabeza a las mujeres. Eso, en este pueblo, puede costarte muy caro, bonita...
—Yo sólo digo que, si mis sospechas son ciertas, estamos ante el peor de los casos de asesinatos en serie de la historia—, respondí.
Una carcajada llenó la estancia. De repente, el señor Mormut, el alcalde, había pasado de la dudosa cordura más serena, a la ira descontrolada y destructora más terrible que pudiera haber imaginado jamás. Estaba fuera de sí. Gritando, rompiendo cosas de su despacho... Y de pronto, quedó en silencio, apoyado sobre la mesa, mirándome fijamente a los ojos con una gran sonrisa.
—Querida —dijo
muy despacio—, procura tener más cuidado la próxima vez... No sea que vuelvas a
tropezar de nuevo... Con el licántropo.
Mientras
salía del despacho, podía seguir escuchando las terribles carcajadas que
soltaba. Aquello no había hecho más que comenzar...
Espero que haya una tercera parte... No puedes dejarnos así...
ResponderEliminarQuién sabe...
EliminarSiempre está bien que alguien luche por lograr sus metas. Sigue así, tienes talento y ganas, no dejes que te paren. Mi enhorabuena.
ResponderEliminarGracias. Que le reconozcan a una su trabajo, aunque sea a pequeña escala, es un lujo. Me siento muy afortunada.
EliminarEspero que te haya gustado... El miércoles habrá más... Te invito a pasar.