miércoles, 30 de septiembre de 2015

INFIERNO

                                                               
 
Me llevó bastante tiempo encontrar un sitio donde esconderme sin que él lo supiera. Y, como todo en mi vida por aquel entonces, sucedió por casualidad…
 
Yo, amante del riesgo y la aventura, me propuse desenmascarar al capullo que estaba haciendo un infierno de la vida de aquella pobre gente. Estaban aterrorizados con las historias de un licántropo que raptaba a sus víctimas después de las doce de la noche y, por supuesto, las despedazaba y se las comía. Prueba de ello había sido un mechón de pelo de la cola del hombre lobo que una de sus víctimas una vez le arrancó. Ésta había sobrevivido, aunque nadie la había visto jamás. Pero el mechón de pelo ensangrentado continuaba perenne expuesto en la plaza del pueblo como muestra de su incuestionable existencia.
Yo había llegado nueva allí y, evidentemente, no me creí ni una palabra. Tenía que ser la respuesta sencilla a un caso de asesinato en serie generacional que seguía sin resolver desde el año… ¿A ver? Sí. Desde el año 1236. ¡Uf! demasiado tiempo. En fin, lo mejor era ponerse manos a la obra cuanto antes.
La primera noche transcurrió tranquila. La segunda, también. Y la tercera, y la cuarta. A la quinta, todo fue muy distinto… Recuerdo que salí a tomar el aire fresco nocturno buscando inspiración para mi caso. Había tenido un día bastante duro y necesitaba despejarme. Caminé tranquila y distraída por las afueras del pueblo. ¿Cómo era posible que estuviera pasando todo aquello y nadie se hubiera atrevido a investigar? El pueblo era muy bonito, pensé. Demasiado para merecer vivir aquel terror. Me senté en una piedra del acantilado. Hacía fresco, pero era muy agradable. Al menos, a mí me oxigenaba el cerebro.  
El cielo se veía precioso desde allí. Con todas sus estrellas, su vía láctea y su luna llena iluminando el bosque. Había calma. Una calma inquietante, de hecho, en la que no había reparado hasta ese momento. No se oían grillos. No se oían ruidos de setos siendo atravesados por pequeños animalitos. Ni siquiera se veían ojitos observándome desde la maleza. Aquello era muy típico de los pueblecitos rodeados de bosque y allí no lo había. De pronto, algo, que yo supuse alguien, me acarició el pelo. Se me heló la sangre, creí que estaba sola allí.  
 
—Soy yo —dijo—. No tengas miedo.
—Boby, ¡qué susto me has dado!
Sí, era Boby, mi vecino. Era un chico especial. Corpulento, tímido. Vivía con sus padres, que eran muy mayores, y apenas se relacionaba con los demás chicos de su edad. Y, a decir verdad, con nadie.
—¿Qué haces fuera de casa tan tarde? ¿No has oído el toque de queda? —pregunté angustiada.
—Sí, pero te vi salir y te seguí. Iba a cuidarte.
—No deberías volver a hacer esto. Tus padres deben estar muertos de miedo pensando que el licántropo… —No continué. Algo estaba sucediendo en él.
No podía creer lo que estaba viendo. Me faltaron piernas para correr a la desesperada acantilado abajo. Huelga decir que, en mi huída, tropecé y rodé por la colina con una suerte espectacular: aterricé en el hueco, formado por el tiempo, que había en una roca. Estaba herida. Pero allí dentro no podía alcanzarme, aunque sólo era cuestión de tiempo que consiguiera destruir mi refugio y hacer de mí su nueva víctima. Muy a mi pesar, todo aquello del licántropo resultó ser verdad. Lo escuchaba bufar desde fuera. Podía oír los latidos de su corazón. Lo olía.
De repente, comenzó a cargar con fuerza contra mi cubículo. Una, dos, tres… Así, hasta quince veces. Entonces, la pared cedió y yo quedé al descubierto, hecha una bolita de miedo. Pensé de verdad que era mi fin, así que me quedé arrugada allí, lamentando haber aceptado el caso de la bestia que desde hacía tanto tiempo me venía retando. Sentí su aliento en mi cara y decidí, casi sin pensarlo, armarme de valor para abrir los ojos y mirarlo de cerca. Si iba a matarme, quería ser testigo en primera persona.  Cuando lo tuve tan cerca de mi cara que casi podía respirarle como si fuera la propia brisa, reparé en la cicatriz aún fresca que tenía en la barbilla. Casi se le podía ver el hueso… Él me miraba fijamente a los ojos. Sentí muchísima pena. Mi primera reacción fue intentar tocarle la herida, pero yo misma me frené. Sinceramente, no quería perder mi tan preciada mano de escribir…
Con un movimiento ágil, y tan rápido que no pude ver, tiró de mí para sacarme de mi refugio. Me cargó sobre su hombro y caminó. Iba a despedazarme y comerme tranquilamente en su escondite. Genial…  
Lo que sucedió después, todavía no me lo creo del todo. Era cierto que existía el licántropo, lo tenía delante de mí. Pero no… Él no era el asesino…
 

8 comentarios:

  1. No nos puedes dejar así... ¿Qué pasó?...

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    1. Tendréis que esperar a la siguiente entrega... (risa de malota)

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  2. Pues nada ya que he empezado tendré que acabarlo,cuidado que de cánidos y sus primos lejanos licántropos ya sabemos un rato!:P

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    1. Bienvenido, pues... ;) Y, tranquilo que la saga de "crepúsculoides" y "lunanueveros" del cine ya se encargó de destrozar la genial figura del hombre lobo y, de camino, la del vampiro, míticas donde las haya.
      Espero que te sorprenda el desarrollo de los acontecimientos. Nada que ver con lo anterior... ¡Muy atento los miércoles!

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  3. Me ha encantado, por fin un atisbo de esperanza para la humanidad...me gusta mucho que juegues con el miedo, de esa manera es mas interesante tu relato. Saludos.

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    1. ¿Esperanza para la humanidad? ¿Estás segura?
      Espera a leer las siguientes entradas. Igual te sorprendes... Igual, no.

      Gracias

      ¡Un saludo!

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