Me
llevó bastante tiempo encontrar un sitio donde esconderme sin que él lo
supiera. Y, como todo en mi vida por aquel entonces, sucedió por casualidad…
Yo,
amante del riesgo y la aventura, me propuse desenmascarar al capullo que estaba
haciendo un infierno de la vida de aquella pobre gente. Estaban aterrorizados
con las historias de un licántropo que raptaba a sus víctimas después de las
doce de la noche y, por supuesto, las despedazaba y se las comía. Prueba de
ello había sido un mechón de pelo de la cola del hombre lobo que una de sus
víctimas una vez le arrancó. Ésta había sobrevivido, aunque nadie la había
visto jamás. Pero el mechón de pelo ensangrentado continuaba perenne expuesto
en la plaza del pueblo como muestra de su incuestionable existencia.
Yo
había llegado nueva allí y, evidentemente, no me creí ni una palabra. Tenía que
ser la respuesta sencilla a un caso de asesinato en serie generacional que
seguía sin resolver desde el año… ¿A ver? Sí. Desde el año 1236. ¡Uf! demasiado tiempo.
En fin, lo mejor era ponerse manos a la obra cuanto antes.
La
primera noche transcurrió tranquila. La segunda, también. Y la tercera, y la
cuarta. A la quinta, todo fue muy distinto… Recuerdo que salí a tomar el aire
fresco nocturno buscando inspiración para mi caso. Había tenido un día bastante
duro y necesitaba despejarme. Caminé tranquila y distraída por las afueras del
pueblo. ¿Cómo era posible que estuviera pasando todo aquello y nadie se hubiera
atrevido a investigar? El pueblo era muy bonito, pensé. Demasiado para merecer
vivir aquel terror. Me senté en una piedra del acantilado. Hacía fresco, pero
era muy agradable. Al menos, a mí me oxigenaba el cerebro.
El
cielo se veía precioso desde allí. Con todas sus estrellas, su vía láctea y su
luna llena iluminando el bosque. Había calma. Una calma inquietante, de hecho,
en la que no había reparado hasta ese momento. No se oían grillos. No se oían
ruidos de setos siendo atravesados por pequeños animalitos. Ni siquiera se
veían ojitos observándome desde la maleza. Aquello era muy típico de los
pueblecitos rodeados de bosque y allí no lo había. De pronto, algo, que yo
supuse alguien, me acarició el pelo. Se me heló la sangre, creí que estaba sola
allí.
—Soy
yo —dijo—. No tengas miedo.
—Boby,
¡qué susto me has dado!
Sí,
era Boby, mi vecino. Era un chico especial. Corpulento, tímido. Vivía con sus
padres, que eran muy mayores, y apenas se relacionaba con los demás chicos de
su edad. Y, a decir verdad, con nadie.
—¿Qué
haces fuera de casa tan tarde? ¿No has oído el toque de queda? —pregunté
angustiada.
—Sí,
pero te vi salir y te seguí. Iba a cuidarte.
—No
deberías volver a hacer esto. Tus padres deben estar muertos de miedo pensando
que el licántropo… —No continué. Algo estaba sucediendo en él.
No
podía creer lo que estaba viendo. Me faltaron piernas para correr a la desesperada
acantilado abajo. Huelga decir que, en mi huída, tropecé y rodé por la colina
con una suerte espectacular: aterricé en el hueco, formado por el tiempo, que
había en una roca. Estaba herida. Pero allí dentro no podía alcanzarme,
aunque sólo era cuestión de tiempo que consiguiera destruir mi refugio y hacer de mí su
nueva víctima. Muy a mi pesar, todo aquello del licántropo resultó ser
verdad. Lo escuchaba bufar desde fuera. Podía oír los latidos de su
corazón. Lo olía.
De
repente, comenzó a cargar con fuerza contra mi cubículo. Una, dos, tres… Así, hasta
quince veces. Entonces, la pared cedió y yo quedé al descubierto, hecha una
bolita de miedo. Pensé de verdad que era mi fin, así que me quedé arrugada
allí, lamentando haber aceptado el caso de la bestia que desde hacía tanto
tiempo me venía retando. Sentí su aliento en mi cara y decidí, casi sin
pensarlo, armarme de valor para abrir los ojos y mirarlo de cerca. Si iba a
matarme, quería ser testigo en primera persona. Cuando lo tuve tan cerca
de mi cara que casi podía respirarle como si fuera la propia brisa, reparé en
la cicatriz aún fresca que tenía en la barbilla. Casi se le podía ver el hueso…
Él me miraba fijamente a los ojos. Sentí muchísima pena. Mi primera reacción
fue intentar tocarle la herida, pero yo misma me frené. Sinceramente, no quería
perder mi tan preciada mano de escribir…
Con
un movimiento ágil, y tan rápido que no pude ver, tiró de mí para sacarme de mi
refugio. Me cargó sobre su hombro y caminó. Iba a despedazarme y comerme tranquilamente
en su escondite. Genial…
Lo
que sucedió después, todavía no me lo creo del todo. Era cierto que existía el
licántropo, lo tenía delante de mí. Pero no… Él no era el asesino…
No nos puedes dejar así... ¿Qué pasó?...
ResponderEliminarTendréis que esperar a la siguiente entrega... (risa de malota)
EliminarMe dejaste con ganas de mas
ResponderEliminarPaciencia ;-)
EliminarPues nada ya que he empezado tendré que acabarlo,cuidado que de cánidos y sus primos lejanos licántropos ya sabemos un rato!:P
ResponderEliminarBienvenido, pues... ;) Y, tranquilo que la saga de "crepúsculoides" y "lunanueveros" del cine ya se encargó de destrozar la genial figura del hombre lobo y, de camino, la del vampiro, míticas donde las haya.
EliminarEspero que te sorprenda el desarrollo de los acontecimientos. Nada que ver con lo anterior... ¡Muy atento los miércoles!
Me ha encantado, por fin un atisbo de esperanza para la humanidad...me gusta mucho que juegues con el miedo, de esa manera es mas interesante tu relato. Saludos.
ResponderEliminar¿Esperanza para la humanidad? ¿Estás segura?
EliminarEspera a leer las siguientes entradas. Igual te sorprendes... Igual, no.
Gracias
¡Un saludo!